viernes, 13 de diciembre de 2013

Erich Rakkaus (parte 2)

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...en el cuello llevaba una piedra de ámbar, este reflejo también tomó vida propia, se cercioró de que la viera y se fue...


II

Todo volvió a tornarse oscuro hasta que una luz roja alumbró un tubo de bomberos que, aclaro, jamás ha existido en mi cuarto, pero en esos momentos estaba segura de que siempre había estado en esa esquina de la habitación. Unas enormes, bien torneadas y muy peludas piernas entalladas en unas sensuales medias negras empezaron a deslizarse por ahí. Era él de nuevo, otra vez mutado en el más guapo de todos los hombres con los que he salido, era guapo incluso haciendo el ridículo con su lencería vintage de encaje negro. 

Bajó deslizándose por ese tubo con todo y el intro de una trompeta totalmente sugerente, empezó a contonearse con la gracia del burlesque profesional hasta que hizo contacto visual conmigo y paró en seco.

"No, no, así no lo haces tu. Tu haces más bien algo como esto..."

Empezó a sonar el Mambo Lupita de Pérez Prado y este "galán" bailó de manera muy envidiable hasta para mi. De repente el ambiente se llenó de velas, inciensos, vinos; él seguía bailando sosteniendo un plato con pasta italiana y milanesas de pollo. Después de pasarme el bocado que pizpiretamente puso en mi boca pude articular las primeras palabras directas para él: Oye ¿Te estás burlando de mí?

"De ti no, sólo de tus maneras de seducir"

Hice volar el plato de su mano e hice que volteara su cara hacia el mismo de un buen revés. Tenía muchos años sin reaccionar de esos modos por algo tan insignificante, casi a modo reflejo. Algo muy curioso sucedía en su cara; así como las ondas que se forman en el agua cuando la golpeas, así iba cambiando de facciones, diferentes ojos, diferentes labios, diferentes pieles; y entendí algo de este extraño hombre multiforme: Podía manipular su apariencia al tocarlo.

Aún después de semejante bofetada me permitió palpar la mejilla magullada, y para mi propio deleite, hice crecer su barba  hasta la mitad de su pecho y su cabello a media espalda, podía darle el rostro del hombre que fuera, Luciano Castro, Chris Hemsworth, Yann Tiersen, el que yo más quisiera... Puse ambas palmas cubriendo su cara y al deslizarlas le dí el rostro de quién más extraño.

Pedí una disculpa por mi exagerada bofetada, le regalé una mirada de arrepentimiento pero de sus ojos ya no volví, me perdí en ellos, en esos ojos marrones tan cálidos en los que me pierdo con gran facilidad. Mi arrepentimiento crecía, no por la cachetada que le di al desconocido, ya no era él quien tenía en frente, tenía al único, al actual, al que dejó de quererme pero yo a él no. Me arrepentía de lo que no le dije, de lo que no hice, del beso que no me atreví a darle la última vez que lo abracé fuerte, de haber terminado todo de aquel modo. De algún modo él entendió todo esto que pensaba y que mis ojos le estaban diciendo, y así empezó lo que fue una larga y arrebatada charla en el silencioso lenguaje del amor, traducido palabra por palabra en caricias, gestos, suspiros y sollozos. Ocurrió lo que jamás pasó ni pasará cuando despierte de, lo que supongo es, un largo sueño, el más palpable y fidedigno de todos.

Momentos después de este acalorado encuentro, mientras él acariciaba mi abdomen, pude desconcatenar la realidad ya vivida de este presente onírico y lo maldije, a él y a todos los que no me amaron ni me dejaron amarlos; me levanté y me senté a la orilla de la cama, lo sentí sentarse detrás de mi, con sus labios rosando mi espalda dijo:

"Déjalo ir"

Mi temperatura corporal iba aumentando en medida que iba comprendiendo todo. Comprendí que si me amaron a medias no fue por mi culpa, si no por la inconsistencia del carácter de quienes en su momento me profesaron algo que ni ellos comprendían; entendí que tampoco puedo reprocharles dicha inconsistencia porque también yo la he padecido; que la violencia ata igual o más que el deseo; que el amor muere irremediablemente cuando los daños sobrepasan las virtudes y que se puede amar desinteresadamente, sin términos, sin etiquetas, sin importar cómo, basándose únicamente en el respeto y bienestar propio y ajeno.

En medida que llegaba a estas conclusiones en mi cabeza, el resto de mi cuerpo experimentaba un calentamiento desde adentro hacia afuera, emanando vapor de todos los poros, empapándome entera. Cada pensamiento tenía su reacción, todas exteriorizadas en la habitación:

Realmente no he dado todo de mi.
[todo se volvió vapor]
Tengo mucho que aportar
[la cama se volvió piedra caliente]
No aceptaré menos de lo que me han dado
[estalló un géiser]
No importan los abandonos, aunque duelan
[oscuridad]
Tomaré mi tiempo para elegir
[erupción volcánica]
Lo mejor se cocina a fuego lento...

De la lava que caía en el agua fue formándose una roca, cuando llegó a enfriarse y obtener un gran tamaño y altura, se fue desprendiendo desde adentro y un cuerpo salía de ahí. Era yo la que salía de esa roca, desnuda y tiznada pero bella, más bella de lo que nunca he sido ni seré, sólo cubierta por el cabello largo y negro que se confundía con las rocas volcánicas. Esta réplica mía estaba acomodándose seductoramente sobre los restos de donde había salido, me miró; creía que al igual que mis otros reflejos desaparecería o se iría después del contacto visual, pero no, ella se quedó observándome desde varios ángulos y habló:

Tú tienes algo escondido

Y sin previo aviso se acercó, me tocó de todos lados, no sentía extrañeza por su tacto lascivo, ni por su desnudez ni por la mía. Estiró uno de mis cabellos de la nuca, estiró hasta que sentí que lo arrancó, siguió estirando y el cabello se había vuelto un hilo rojo que se hacía más largo conforme estiraba, lo enrollaba entre sus dedos, hizo un nudo que una vez acabado el hilo guardo en sus manos, apretó, y desplegó un collar de monedas hechas de ámbar, se lo puso y desapareció. Entre la oscuridad y la lava aun brotante que iluminaba tenue con su incandescencia, vislumbré en el agua quieta que había dejado el géiser ya apagado una serpiente que se deslizaba, se alejaba ondulando el agua contoneando su interminable vientre. 

Me había olvidado que tenía compañía hasta que el pecho desnudo del hombre con el que había estado se apegó a mi espalda, me besaba el cuello, masajeó mis hombros, tomé sus manos y me di cuenta de que no eran las mismas, tampoco eran las manos de alguien que conociera. Enseguida volteé a verlo, no lo conocía, no era alguien que reconociera de vista ni una mezcolanza de rostros conocidos, era alguien bien definido, pero ajeno y nuevo. Aun no me conoces decía en su rostro.

Detonó el géiser de nuevo y con más potencia que antes, el agua subió con una rapidez asombrosa que no dio tiempo a tomar aire... Era imposible saber si el agua subía o algo me empujaba hacia la profundidad...


Continuará...








1 comentario:

  1. Excelente historia, quiero ver en que termina... desearía un final con la mujer tiznada.

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