miércoles, 7 de marzo de 2012

Final predecible


1

Quizás estaba escrito, quizás fue casualidad, quizás fue la penitencia de algún pecado inconfesable, una dura lección necesaria para el futuro o simplemente tenía que pasarnos esto para convertirnos en lo que somos, sea lo que fuese, así ocurrió la parte más importante de mi joven vida y la que seguramente olvidaré dentro de muchos años y no volveré a recordar hasta el día en que muera.

 Las historias de amor se parecen mucho en muchos aspectos, tenemos a la típica princesa y su príncipe, a la bella y su bestia, la buena y el malo, el fuerte guerrero y su desprotegida amada, puedo mencionar más estereotipos pero, éstos son los que marcaron mi tendencia hacia lo que buscaba como romance perfecto, lo cual siempre me llevó a ponerme metas inalcanzables, hasta un día, el día en que pude ver sentimientos hermosos dentro de una mirada a la que antes le temía.

 Creo que Cupido es un mal arquero; y no sé si tanto desgaste nos deje mejor o peor, creo que el mal de amor es como un accidente, te puede matar, te puede dejar en coma, te puede hacer mas fuerte o dejarte en un grito perpetuo. El amor es un hombre fuerte que hace malabares con bolas de cañón, es una hermosa mujer hilando filosos hilos de plata, es un mar profundo, misterioso, tempestuoso y bello. Amar es lo más parecido a  una enfermedad, te deja ciego, te ensordece, enmudeces, te deja inmerso en el más placentero de los silencios, puede hacer que las más cálidas caricias se tornen tormentosas y vuelve al más mínimo contacto cortés e insospechado en el soplo que aviva a un moribundo corazón.

 Sólo una fuerza más grande que el mismo amor pudo hacernos coincidir, los engranajes del tiempo y los lugares se movieron con la mecánica exacta para unir a la más impensable de las parejas. Juré mil veces que jamás me enamoraría de él, bastó con que cerrara mis ojos para evitar ver sus miradas lascivas, escuchar sus latidos y después abrir los ojos para encontrar en los de él los indicios de un amor sincero...

2

Me maravillo mucho tiempo, aunque lo maldije infinidad de veces después, haber encontrado un corazón de niño dentro de hombre tan agreste, barbaján e irreverente, amé esa pequeña dulzura dentro de tal bestialidad, no dudé en tomarla y me fue inmediatamente concedida. Fue verdaderamente grato; más que eso, fue maravilloso lidiar con esa indomable candidez, solo yo era testigo de esa inconmensurable ternura, por fin recibía el amor constantemente anhelado y al mismo tiempo alimenté a un corazón hambriento… Desgraciadamente toda esa belleza incluía una exorbitante cantidad de peligro.

 La bestialidad antes mencionada tenía su propio peso, peso que con los años se fue acrecentando al grado de perder para siempre a ese lindo niño que me amó de todas las maneras posibles y al cual me aferré a seguir amando por el resto de mis días. Me aferré sin medida, sin razón, me aferré a un ancla rota que se perdía en la fría profundidad, ese precioso tesoro que amaba lo perdí en el mismo lugar donde lo encontré, de repente no lo veía, no lo sentía, ahora tenía frente a mí una corpulenta amalgama de fierezas y descuidos.

Comprendía el origen de esta retorcida construcción, este pequeño corazón fue ultrajado desde que se  abrieron sus cimientos, dejando que se alzara una áspera torre indemolible, unas fuertes murallas que me protegían, pero no me abrigaban, eran frías y lastimosas y aun así no dejaba de quererlas, estaba siempre ahí, siempre junto a mí, dañando, desgarrando, hasta que el dolor empezó a tener conciencia y las yagas reventaron, cuando la venda de los ojos cayó y las ilusiones se rompieron como enormes vitrales, abriendo paso al inevitable caos que soplaba con fuerza, avivando mi naciente demencia...

 Volví a encontrar a mi pequeño niño oculto en medio de tan cruel cimentación, tenia frío aunque juraba tener calor, lo abracé pero esta vez se resistía, se volvió inquieto, rebelde, grosero, fue consumido por las sombras de la gran torre del caos. Lo abracé con fuerza y le decía que no lo dejaría ir nunca, amaba a ese niño, seguí haciéndolo aun después de haber estado sola enfrentándome a vivir dentro de ese mortal lugar, después de cientos de dolorosas heridas yo quería seguir ahí abrazando a ese niño que no se dejaba amar, pero no era invencible y jamás lo seré, el cansancio me venció y no tenía otra opción más que soltarlo... Lo peor estaba por empezar...

 Frente a mi estaba él en una especie de agonía o trance, y empezó la transformación, el niño se volvía hombre y el hombre se volvía monstruo...

3

Primero vi al hombre, fuerte, protector, apasionado; su tacto lacerante sin intención, infinitas fueron las veces en que martirio y amor ardieron con el mismo fervor. Estaba absorta e inmovilizada por su fuerte agarre, la transformación daba comienzo, sus intentos por alejarme de su peligro se tornaron feroces zarpazos, dolía, nos dolía, él gritaba por el dolor insoportable de su transformación, yo no quería alejarme y no me importaba lo mucho que me dolieran sus filosas garras atravesándome la piel.

 Lo miré a los ojos y descubrí algo terrible, no sufría por convertirse en monstruo... si no por tener todavía su parte humana, le vi la firme intención de jamás volver a ser hombre. Justo ahí fue donde el dolor me empezó a importar y el horror apareció con ver mi cuerpo maltrecho y ensangrentado, no podía hacer otra cosa más que llorar asustada por su bestialidad y mi terrible condición, no daba crédito a esto, lo más hermoso que tenía se perdió y me hizo todo esto, no sirvieron de nada los años de dedicación y esfuerzo, el miedo, la culpa y la tristeza ya no daban cabida a cualquier otro sentimiento.

 Ahora tenía frente a mí a un monstruo completo, enorme, horrible, fiero... y me veía. Se acercaba lenta y peligrosamente, olfateando, pegó su cara a mi cuello y el resto de su cuerpo al mío, me quería... pero se dio cuenta de mi temor y desconsuelo, vi en sus terribles ojos una mirada triste por un instante, creí que se apiadaría de mi, pero no fue así, lanzó un fuerte rugido lleno de furia, me alzó y azotó contra la pared, solo para después lanzarme fuera de esa torre.

 Creí que el fuerte golpe me mataría pero no fue así, al contrario, pude respirar mejor, una vez fuera sentí una tranquilidad casi desconocida, pude verme y  fue como hacerlo por primera vez. Volteé a ver la torre, por dentro parecía muy sólida pero una vez fuera descubrí que sólo eran ruinas, se estaba desmoronando, esas gruesas paredes de piedra caían golpeando fuertemente el suelo, lo seguía escuchando rugir, se escuchaba ahora como un entrañable lamento, entre el polvo y escombro logró visualizarme,  bramaba con desespero y le escuché suplicante, quería que volviera a él y no lo hice, permanecí estupefacta, más aun viéndolo acercarse, avanzaba lento y con un semblante de reproche, gimoteando, caí en su juego, le creí piadoso y en lugar de eso me desgarró las piernas.

 El dolor me hizo verlo con más claridad que antes, ya no poseía ningún miembro humano, era una especie de búfalo escamoso con garras de león y unos colmillos descomunales, pude ver mi carne masticada entre sus dientes y mis huesos expuestos, ya no había nada bueno para mí.

 Sigo sin saber cómo fue, no sé si de algún lugar saqué fuerzas para arrastrarme hacia atrás con los brazos, o si ese hermoso lago al que entré justo después del infernal ataque se movió entre la tierra hasta encontrarme...

4 (El último beso)

No fue otra cosa más que magia la que me curó de tan colosales heridas, estaba en un lago pequeño con una pequeña isla en medio, sus aguas eran cálidas y tiernas, el sangrado cesó, la conciencia de mi cuerpo llegó como una revelación, fui consciente de mi condición y mis defectos, de mis atributos y virtudes, descubrí una belleza que creí inexistente, observé cada uno de los dedos de mis manos, observé mi largo cabello meciéndose en el agua y palpé con incredulidad la nueva suavidad de mi piel.

 Seguía descubriendo el resto de mi cuerpo cuando me acerqué a la pequeña isla, no quería tocar la parte donde suponía estaban mis piernas, quería mirar primero, apoyándome en los brazos de alcé y me senté sobre ese pedazo de tierra, unas grandes y brillantes escamas empezaban a salirme. Estaba siendo testigo de otra transformación pero esta vez no tenía miedo, esta vez se trataba de mi, una cola de sirena crecía en lugar de piernas, y no solo eso cambiaba, el lago creció y a mis ojos se volvió en un mar, la isla también crecía y se volvió una montaña grande e imponente. En medio de mi embeleso escuché los lejanos rugidos de la bestia, no quise voltear atrás, por más que mi corazón lo pedía, por más que dolió ignorar a quien amaba… decidí no hacerlo, me di cuenta de que el amor que sentía ya no era natural, un sentimiento así no debería ser sentido por nadie…. Cerré mis ojos y me volví uno con el mar…

 Habían pasado varios meses desde la última vez que hablamos, y más todavía de la última vez que lo vi. Retomé mi vida de donde la había dejado tirada, la vida también me hizo varios regalos para compensar mi pérdida. Empezaba a sentirme mejor, perdí una relación y en cambio restauré muchas con la familia y los amigos, encontré belleza, confianza y mucha alegría, ahora, hablar de lo que me pasó solo me es posible hacerlo en términos fantásticos, creí que me encontraba en el final de la historia, creí que todo lo había superado, pero no fue así, en una noche otoñal me di cuenta de mi propia fragilidad, me vi vulnerable y dañada, estaba desprotegida… y lo extrañé, extrañé al bueno, al malo, al fuerte, al protector, extrañé sus fuertes brazos rodeándome, extrañé su calor, y lloré amargamente el no tener esa seguridad incondicional con la que siempre me resguardaba, lloré más y seguí llorando esa noche, como si de pronto los recuerdos supuestamente superados regresaran de golpe, repetía sin descanso en mi cabeza “por qué si me amaba hizo eso, y esto, y eso otro” no tenía más sentimientos en mi más que la tristeza y el rencor, estaba envenenándome y eso tenía que parar.

 Me armé de valor y en un acto sin precedentes se dio la confrontación. Tenía que hablarle y tenía que oír lo que él me dijera, habían pasado nueve meses de la última vez que lo vi directo a los ojos, esta vez no le sentí nervioso ni molesto, su mirada fría empezaba a entibiarse poco a poco; tomó y besó mi mano con la más sobreactuada y cínica de las caballerosidades, él mismo no emanaba más que peligro por todos sus poros, él mismo se había dedicado los últimos meses a enturbiar todos los aspectos de su vida, y si el abismo que ya se había formado entre nosotros era grande ahora lo fue más, la lejanía entre los dos era un hecho irrebatible.

 Por fin la concluyente verdad hizo su aparición, y fuimos destejiendo las palabras que teníamos enredadas en nuestras gargantas. Yo me di cuenta de que efectivamente me amó, en modo nada simple ni sano, él tenía una enferma manera de amar y por eso lo amé hasta vomitar. Él jamás tuvo duda de que le amé en demasía, y  con una indescifrable postura entre dolor y alivio, se dio cuenta de que el mar se había enamorado de la montaña y que él solo era el hombre al otro lado del abismo. Yo dejé ir el rencor y él me dejo ir a mí, dimos cabida a una despedida amistosa, consientes que sólo en ese momento existiría de una amistad entre él y yo.
 Dieron las 7:30 p. m. en el reloj de la estación, lo vi subir las escaleras así como mi reflejo en el cristal, pasmada y fría esperé a calmarme, a mitigar los latidos, a secar las lágrimas impacientes por salir, escuché el tren llegar y supuse el final irreversible. Volteé y estaba atrás de mí saliendo del andén, se fue hacia mi rápido, decido y sin un asomo de recato o prudencia buscó mis labios con los suyos. Yo no quería que lo hiciera, le vi intenciones de hacerlo toda la tarde y creí que si lo hacía me quitaría ese sabor dulce que traía conmigo pero no fue así, ese último beso vino a limpiar de mis labios el resto de los anteriores.

 Confesó que siempre me amaría, confesé que eso no quería, acordamos que si nos pasó esto fue porque vivimos lo que nos tocaba vivir juntos, nada más. La historia empezó con mis labios besando de sorpresa los de él y terminó justamente al revés, ambos hicimos un acto de colmada valentía para admitir y mitigar un sentimiento; yo sé que no debería, pero para mí él, ese día, a esa hora, se volvió un héroe anónimo y me dio como regalo, el mejor final para esta historia.

FIN