Castidad, sobriedad y pobreza. Tres votos fueron los que
anuncié en mi cumpleaños y los llevaré a cabo por un año entero. Es una medida
desesperada a una situación desesperada, nada en mí tenía un orden, ni pies ni
cabeza y no vi más alternativa que esta, imaginaba que sería un alivio, una
terapia disfrazada de castigo.
Una noche el mareo se volvió migraña, mi habitación fue
perdiendo sus colores, los libros crecían y los muebles se encogían; mis
pensamientos me ataron de pies y manos y sentí las palabras muriéndose en mi
boca; miles de gritos retumbaban en mi cabeza, y en la vela encendida que sola
iluminaba la penumbra vi dos destinos.
Primero me vi anciana, tranquila y cansada, obteniendo por
fin la paz después de tantos años de histeria y caos, llena de heridas de
batallas bien ganadas; me vi sola, sola después de haber tenido varias
compañías, sola y vieja me vi viviendo y de pronto me vi sola y joven muriendo.
Muriendo a causa de sueños inconclusos, de amores incompletos, con el cabello
desprendido del cuero, con el cráneo abierto, sangrando, resquebrajándose,
sintiendo el calor escaparse de entre los dedos. Y el temor se abrió paso,
temor a partir y dejar tanto amor inmerecido, temor a jamás concluir algo
importante, temor a ni siquiera iniciarlo.
Las visiones de los dos destinos se alejaron, pero los
temores se quedaron más grandes, más fijos y más claros que nunca, el vacío
hizo su recorrido de mi pecho hasta el vientre con una helada caricia, volví a
ser consiente de mi propia nada y me sentí asqueada de esta no acción perpetua,
los sacrificios auto impuestos me silenciaron y aturdieron por un instante
eterno.
En medio del infernal desorden un atisbo de calma y lucidez
apareció en busca de solución o mínimo algo que pudiera sosegar este
incontenible oleaje. Saqué uno de los mensajes de mi tubo de los buenos deseos
y una voz sin nombre plasmada en texto dijo:
“Qué bueno es levantarse y saber que te conozco”
Leerlo en silencio fue como pronunciar un conjuro, todo se
puso en su lugar, mas no en orden. Entendí que debo seguir haciendo lo que
hago, aunque haga nada; entendí que si muero joven los jazmines seguirán
floreando en mayo, en agosto, en octubre o en enero; entendí que mis palabras
jamás dichas se escucharon en mis acciones y que hasta el miedo que siento
ahora es un regalo del cielo.
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